Résumé
VICENTE: Llama, Luzón, a mi hermana. LUZÓN: Según venimos de tarde, pues ya asoma la mañana, cansada de que te aguarde la doncella a la ventana, o el esclavo a la escalera, se habrán echado a dormir. VICENTE: Jugué y perdí. Esta primera nos tiene de consumir bolsa y vida. Sales fuera de casa al anochecer, mudándote hasta las cintas, y, como estás sin mujer, ya a la polla, ya a las pintas, damos los dos en perder, yo, paciencia, y tú, dinero. Volvémonos a cenar cuando sale el jornalero, segunda vez, a almorzar. Llamando al alba el lucero, aguárdate mi señora, que, en fe de lo que te ama, sin ti lo que es sueño ignora, dando treguas a la cama y nieve a la cantimplora. Entras con llave maestra, cenas a las dos o tres, duermes hasta que el sol muestra el cahiz al reloj que es tasa de la vida nuestra. Si la campana te avisa de nuestra iglesia mayor, cuando es fiesta, oyes de prisa a un clérigo cazador, que dice en guarismo misa. Hincas encima del guante una rodilla, y sobre él más que rezador, mirante, volatines de un coredel pasan cuentas cada instante; que, de oraciones vacías como cuentas las llamaron la dan, por no estar baldías más de las damas que entraron, que de las Ave-Marías. Oyes a don Juan mentiras; mientras alza el sacerdote, a doña Brígida miras; si te dio cara, picóte; si no te la dio, suspiras; y apenas la bendición con el Ite, missa est da fin a la devoción, cuando salís dos o tres, y, en buena conversación el portazgo o alcabala cobrando de cada una, la murmuración señala si es doña Inés importuna, si doña Clara regala, si se afeita doña Elena, si ésta sale bien vestida, si estotra es blanca o morena. ¡Mira tú si es esta vida para un Flos Sanctorum buena!